Rubro 3
03 . 21 . 2023

Marc Dourojeanni: profesor emérito de la Universidad Nacional Agraria La Molina, Lima, Perú.

Es común constatar que, para gran parte de la opinión pública, la Amazonia es una enorme región cálida y húmeda recubierta de bosques, con grandes ríos, donde aún existen indígenas y que contiene riquezas muy procuradas como tierra, madera, minerales y petróleo. Y, claro, para esa parte del público, sea peruana o brasileña, la principal diferencia entre sus porciones amazónicas es que en una se habla español y tiene fuertes pendientes mientras que, en la otra, que es la mayor, se habla portugués y es más plana.
No hay nada de errado en esa percepción salvo que es apenas el punto inicial de una montaña de diferencias fundamentales que, además de geológicas, geográficas, meteorológicas y ecológicas, son históricas, sociales y económicas y, por ende, políticas. Es imposible soslayar la importancia determinante de las grandes diferencias físicas o naturales que existen entre la parte brasileña y la peruana, al igual que la enorme diversidad de ecosistemas existentes en cada una de ellas. No obstante, en esta nota abordan únicamente algunas de las diferencias y semejanzas de la ocupación humana.

Aunque el Brasil posee el 68% de los 735 millones de hectáreas de la cuenca amazónica y el Perú solamente el 13%, esa región representa el 74% del territorio del Perú mientras que es solamente el 58,5% del de Brasil. En términos de significancia territorial nacional Bolivia y Perú son los países “más amazónicos”. Es importante recordar que la ocupación
española de la Amazonia peruana se hizo a partir de los Andes, bajando (y subiendo) altas montañas y que, para dificultar más las cosas, fundaron la capital en la costa del Pacífico, es decir de espaldas a la Amazonia. En cambio, la Amazonía brasileña fue colonizada a partir del Atlántico, es decir partiendo de ella misma, penetrándola por sus ríos navegables. En efecto, grandes ciudades de la Amazonia del Brasil, como Belem (1616), San Luis (1612) y Manaos (1669), precedieron por más de dos siglos la época del caucho.

En cambio, el Perú no tenía ninguna ciudad significativa en esa región, exceptuando, quizá, Moyobamba (1540). Iquitos, cuya ocupación se había iniciado en 1757, se convirtió en ciudad apenas durante el siglo XIX. Eso es una parte de la explicación del predominio brasileño sobre la Amazonia. Otra, especialmente en el caso del Perú, fue el culpable desinterés de los gobernantes por esa región, facilitando mucho el progreso de la ocupación brasileña, comportamiento apenas acudido a fines del siglo XIX por el boom del caucho y que duró hasta la mitad del siglo pasado.

La población total de la Amazonia Legal brasileña se estima en más de 30 millones de personas mientras que la peruana puede llegar a tres millones. En ambos países, esa población viene aumentando mucho. La significancia económica de las amazonias de cada país es, también, proporcionalmente similar. La de la Amazonia Legal se estima en unos 82 mil millones de dólares al año, mientras que la Selva peruana origina unos 8 mil millones de dólares anuales. El Brasil ha desarrollado soluciones peculiares para estimular el desarrollo amazónico como es, además de la infraestructura vial, el caso de la Zona Franca de Manaos, que contribuye significativamente a la economía regional. En este país, la agricultura y ganadería de exportación, así como la minería formal, son cada día más significativas económicamente. En el Perú el petróleo es importante.

En la actualidad la principal diferencia entre las amazonias peruana y brasileña es, sin duda, la tenencia o propiedad de la tierra. Mientras que en el Perú la propiedad es muy fraccionada, siendo la extensión de la inmensa mayoría de las propiedades de unas pocas hectáreas cada una, en el Brasil, la inmensa mayoría de los propietarios poseen mucho más de mil hectáreas. En el Perú, hasta el censo agropecuario de 2012, el 55% de las propiedades rurales en la Selva tenía menos de 20 hectáreas y solo 11% poseía más de 500 hectáreas. Ese año la tierra habilitada para agricultura era 2,2 millones de hectáreas que se repartía entre unos 470 mil propietarios, es decir menos de 5 hectáreas para cada uno. En cambio, en el Brasil, una revisión del catastro rural del año 2000 ya registraba unos 2 400 inmuebles rurales de diez mil o más hectáreas en la Amazonía Legal abarcando más de 80 millones de hectáreas. Verdad es que en la Amazonia brasileña también hay
pequeña propiedad rural, incluida especialmente dentro de los proyectos de asentamiento rural que abarcan 39 millones de hectáreas. Pero “pequeño” en Brasil es varias veces mayor que en el Perú.

Aunque desde entonces en el Perú puede haber aumentado un poco el número y el tamaño de las propiedades rurales, su carácter altamente fragmentado en muy pequeñas propiedades, no ha cambiado significativamente. En cambio, en el Brasil,  el número de grandes propiedades ha seguido en aumento en su porción amazónica, alcanzando unos 105 millones de hectáreas, impulsado por la expansión de la ganadería de corte y de los cultivos industriales como la soya. La confusión catastral y sobre la legalidad de los títulos de propiedad de la tierra en la Amazonia es tan grande o mayor en Brasil que en el Perú. En ambos países la superposición con la tierra pública no asignada es enorme pues la ocupación es casi siempre originada en invasiones, del uso de argucias legales o del desalojo a fuerza de ocupantes previos.

El hecho curioso es que, a pesar de la enorme diferencia entre ambas regiones en cuanto a la tenencia de la tierra, la deforestación acumulada en ambos países muestra cifras bastante parecidas, alrededor del 18% de la región, aunque oficialmente en el Perú se considera que es menor. Es decir que, contrariamente a lo que se suele pensar, los pequeños agricultores peruanos deforestaron tanto como los grandes propietarios brasileños, aunque, durante el gobierno de Bolsonaro hubo una explosión de la deforestación en gran escala en el Brasil, que puede haber desequilibrado la balanza. Sin embargo, mientras que los grandes agricultores y ganaderos aniquilan completamente el ecosistema con maquinaria pesada sobre millares de hectáreas continuas, los pequeños agricultores suelen dejar parches de vegetación y, además, permiten cierta regeneración natural. Por eso, el paisaje que dejan atrás es completamente diferente y su impacto ecológico, por lo menos inicialmente, es más amigable con el ambiente ya que permite la sobrevivencia de una pequeña parte de la biodiversidad.

La gran agricultura amazónica del Brasil es teóricamente estable y económicamente más rentable, pero elimina completamente el ecosistema original.

Otra diferencia entre la situación amazónica peruana y brasileña se refiere a la población indígena. Como bien se sabe, aunque hay posiblemente unos 900 mil indígenas amazónicos (180 pueblos) en Brasil y cerca de 470 mil (64 pueblos) en el Perú, estos últimos representan un porcentaje de la población nacional (1,2%) tres veces más elevado que en el Brasil (0,4%). Eso es significativo, sin embargo, no explica el notorio activismo e influencia política que tienen los nativos amazónicos peruanos en comparación con sus políticamente poco significantes iguales brasileños. Puede especularse que eso se deba al paternalismo con la que la legislación brasileña ha tratado a sus indígenas, a través de la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), estableciendo reservaciones, apoyo que nunca hubo en el Perú sino hasta la década de 1970 cuando, en lugar de reservas, se establecieron comunidades al estilo de las andinas. Eso significó que los indígenas peruanos debieran luchar por sus derechos, trabajar y comerciar sin ayuda y defenderse sin mayor intervención del Estado. Es muy recientemente que en el Perú se han establecido reservas para protección de pueblos indígenas en aislamiento y contacto inicial. También puede suponerse que los nativos amazónicos peruanos han tenido influencia cultural y política andina, que tiene milenios de desarrollo y siglos de experiencia en la lucha por sus derechos contra el poder colonial y republicano.

Aspecto de la pequeña agricultura, muchas veces migratoria y casi siempre promiscua. Deja un poco de la biodiversidad original.

De otra parte, los indígenas amazónicos poseen, en la actualidad, proporciones iguales (23% de la región) de tierra bajo las modalidades de comunidades nativas y reservas territoriales (17 millones de hectáreas) en el caso peruano y como reservas indígenas (115 millones de hectáreas) en el caso brasileño. Los problemas son muy similares, con invasiones en especial de madereros, mineros y agricultores ilegales contando, con frecuencia creciente, con la participación de los propios nativos. Esos conflictos muchas veces culminan con asesinatos. El Estado, en ambos casos, hace poco para apoyar la defensa de esos territorios. Sin embargo, este tipo de problemas suele alcanzar dimensiones más graves en el Brasil que en el Perú, como lo demuestra entre otros el reciente caso de los Yanomamis.

El tema de los ribereños es tan relegado en el Perú como en el Brasil. En ambos países esa población es racialmente más indígena que serrana o nordestina y es resultado de la manipulación de poblaciones indígenas y de migrantes pobres para la extracción del caucho que, terminado el boom, se quedaron en las riberas de los ríos amazónicos donde formaron pequeñas aldeas y se dedicaron a la extracción de recursos forestales, caza y pesca y a la agricultura de sustentación. En general no son dueños formales de las tierras que ocupan lo que, considerando la presencia creciente de migrantes ocasiona un problema serio. Es urgente reconocer sus derechos a la tierra que ocupan muchas veces desde hace más de un siglo.

Aldea típica de ribereños, en los dos países.

El área amazónica protegida a nivel nacional o regional es similar en ambos países, con 28% (20 millones de hectáreas) en el Perú y 26% (93 millones de hectáreas) en Brasil. También es similar la proporción de áreas de uso indirecto, es decir de protección integral versus las categorías de uso directo o de protección relajada en las que puede vivir gente y usar recursos, alcanzando ésta un poco menos del 50% en Perú y un poco más que eso en el Brasil. El Brasil, aunque tiene larga experiencia en áreas naturales protegidas en otras regiones, comenzó a conservar muestras de su Amazonia al mismo tiempo que el Perú, en la década de 1970, usando principios parecidos. Sin embargo, en el caso brasileño las categorías de uso directo, llamadas de uso sostenible, son más abiertas a la explotación que las peruanas. En los dos países, pero más en el Brasil debido a la autonomía de los estados, se producen amenazas a la integridad de estas áreas. Las invasiones por agricultores, la construcción de carreteras atravesándolas o la pretensión de construir en ellas infraestructuras de servicio son algunos de los problemas más frecuentes. En términos generales, el manejo de las áreas naturales protegidas es, actualmente, más efectivo en Perú que en Brasil.

Otra diferencia considerable entre la situación amazónica de ambos países es la presencia del Estado y su capacidad para implantar un nivel adecuado de gobernanza que, en general, es muy limitada en el Perú y comparativamente mucho mayor en el Brasil. Eso se debe, obviamente, al mayor índice de desarrollo y al poderío económico brasileño, pero también a su organización política, con estados casi autónomos con un gran número de municipios. En cambio, las regiones peruanas son muy débiles y todavía demasiado dependientes del poder central y, por tanto, no cumplen o cumplen mal sus funciones. El Brasil tiene instituciones federales y estatales que operan eficientemente, entre ellas entidades de investigación, asistencia técnica y crediticia que realmente estimulan el desarrollo agropecuario, las que, además, tienen replicas estatales. En el Perú no existe nada comparable, lo que explica la existencia de tanta tierra deforestada que no produce (70 a 80%) del mismo modo que la productividad agropecuaria sea tan baja. En términos científicos es indudable que el Brasil conoce mejor su amazonia que los demás países las suyas. Otra diferencia marcada entre los dos países es el abordaje del planeamiento del desarrollo amazónico que, en Brasil, es tradicionalmente bastante fuerte y acatando mientras que en Perú es puramente teórico e inconsecuente. Tiene, asimismo, una legislación federal y especialmente estatal adaptada a la realidad amazónica, mientras que las normativas producidas en Lima para todo el Perú son groseramente inaplicables.

La legislación brasileña relacionada al uso de la tierra y de los recursos naturales renovables, aunque no siempre cumplida, es más sensata y severa que la peruana. Normas como la que establece reservas legales y otras medidas de conservación de bosques ribereños son razonablemente cumplidas. La primera implica, para la Amazonia Legal, preservar el 80% de la propiedad con sus bosques originales lo que en el caso peruano se ha establecido en apenas 30%, lo que nadie cumple ni hace cumplir. El Brasil ha desarrollado un sistema muy interesante de catastro rural ambiental para asegurar que esas normas sean aplicadas y, además, los servicios forestales y/o ambientales, así como las policías estatales y en especial, el ministerio publico brasileño son considerablemente más eficientes que sus equivalentes peruanos.

Hay otros temas en que los problemas son muy parecidos como la minería ilegal que afecta a toda la región. En efecto, la dimensión y los impactos socioambientales de la minería aluvial no son menores ni están más controlados en el Brasil que en el Perú. La construcción de carreteras y caminos ilegales tanto como legales, pero sin estudios de factibilidad económica y ambientales es semejante, aunque en este caso la presión es mayor en el Brasil por su mayor capacidad económica. El impacto del contrabando de armas, oro y despojos de la fauna y en especial el narcotráfico son enormes a ambos lados de la frontera, aunque en cierta forma son peores para el Brasil ya que suele ser el destino del tráfico. En la Amazonia peruana ya hay casi cien mil hectáreas de coca plantada, con grandes repercusiones ambientales directas y también sobre la proliferación de la minería ilegal, a la que alimenta. En este momento los puntos más críticos son el limítrofe río Yavarí y la frontera seca entre Madre de Dios y Ucayali, en Perú y el Acre en Brasil.

Hay, por cierto, muchas otras diferencias y similitudes y es preciso conocerlas bien antes de proponer soluciones comunes o, peor, tomar grandes decisiones inconsultas o mal pensadas que afectan a ambos países, como carreteras interoceánicas, hidroeléctricas, hidrovías o ferrovías. Son muy escasas las iniciativas de cooperación bilaterales o multilaterales que han tenido éxito pese a muchos esfuerzos. Uno de ellos, el Tratado de Cooperación Amazónica, ya cumplió 45 años sin haber logrado nada expresivo y, en la actualidad, está prácticamente inoperante. Se han gastado pequeñas fortunas en toda clase de proyectos, reuniones o eventos, informes y estudios regionales que no han aportado nada que valga la pena, excepto quizá, un acúmulo de información que poco se usa. Es triste ver tantas reuniones presidenciales pan amazónicas en las que se habla de todo menos de lo que es concreto y factible de resolver como, por ejemplo, los temas de la minería ilegal y del control de sus finanzas transnacionales. Además, nada de lo que eventualmente es decidido en esas reuniones es cumplido por las partes y cada cierto número de años las reuniones vuelven a conversar sobre los mismos asuntos. Pero la construcción de grandes infraestructuras, con sus drásticas implicaciones sociales, ambientales y económicas, se decide en otros entornos y por otros canales.

Para concluir se debe recordar que todo lo bueno y lo malo que ocurre en la amazonia brasileña se origina en los Andes peruanos, bolivianos y ecuatorianos. De la forma en que se usa la tierra en esas montañas y, en particular, del nivel de deforestación que allí se produce, depende el aporte de sedimentos que alimenta los peces y crea las fértiles várzeas brasileñas. De eso también dependen las inundaciones catastróficas y las sequias tremendas que cada año asolan las partes bajas de la Amazonia. También es en los Andes donde comienza el envenenamiento por mercurio de las aguas.  Pero tampoco se puede olvidar que la recarga de los glaciares andinos depende del aporte de los ríos voladores cargados de agua que se originan principalmente en los bosques de la amazonia brasileña. Esos glaciares alimentan los ríos de los fértiles valles de la costa desértica peruana. Si el Brasil no evita la destrucción de sus bosques no sólo arriesga su propio futuro, sino que amenaza el de los países andinos. La interdependencia entre las amazonias es total. Aunque en la enorme cuenca amazónica existen decenas de amazonias diferentes su destino es uno sólo.