Rubro 3
02 . 14 . 2025

Marc Jean Dourojeanni: Profesor emérito de la Universidad Nacional Agraria La Molina, Lima, Perú.

La capibara es la sensación del momento. Ha invadido las redes sociales, se ha ganado el corazón sensible de los citadinos siendo ídolo de la niñez y, claro, se transformó en tema lucrativo bajo la forma de juguetes, peluches, ropa y publicaciones infantiles y hasta es motivo de canciones y piezas teatrales. También ha generado reacciones patrioteras histéricas que insisten que ese bicho es “peruano” y que su verdadero nombre es ronsoco. La verdad es que no es fácil explicar la popularidad actual de ese animal ya que, durante siglos, fue considerado de “segunda clase” en casi toda Sudamérica tropical y subtropical.

La aparición de la capibara en el concierto de los animales famosos y queridos de la sociedad urbana es intrigante. No es magnífico como el jaguar o el puma, no es vistoso y ruidoso como los guacamayos ni es imponente como el cóndor o el águila monera. Menos aún es bello y emblemático como la vicuña, útil como la llama y la alpaca, simpático como las ranas coloridas o las tortuguitas recién nacidas… en verdad no tiene nada muy interesante. Ni siquiera es un animal raro… ¿cuál es, entonces, el charme que tienen esas “ratas” gigantes, gordiflonas, perezosas y, en general, cubiertas de garrapatas? ¿Y por qué ese encanto especial es apenas revelado ahora?

En primer lugar, es necesario recordar algunos hechos sobre este animal. Obviamente no es una rata. Es sí, un roedor, pero es un pariente (Caviidae) del bien conocido cuy (Cavia porcellus) que es alimento de muchos peruanos. Por otra parte, como su nombre científico lo demuestra (Hydrochoerus hydrochaeris, literalmente “chancho de agua”), es una especie estrechamente asociada al agua y a las praderas donde se alimenta. Por eso, sus poblaciones son naturalmente más abundantes donde hay pantanos, deltas o áreas periódicamente inundadas, como el Pantanal de Brasil, los llanos venezolanos o el delta del río de La Plata. Pero existen en todas partes donde hay ríos y lagos o lagunas y disponibilidad de hierba, su principal alimento. Por eso, aunque es común en toda la Amazonía baja, sus poblaciones en las regiones boscosas son menores y aisladas.  En el Pantanal del Brasil los capibaras tienen una población enorme y, por ejemplo, en la carretera Transpantaneira es necesario, a veces, empujarlos con el auto para que salgan del camino donde sin ninguna vergüenza o temor suben a descansar y tomar sol.

También se debe tener en cuenta que hasta pocas décadas atrás la carne de capibara era despreciada en la Amazonía peruana. En estudios de los años 1960, por ejemplo, el ronsoco (nombre de la capibara en Perú) contribuía con apenas el 5% de la carne de monte consumida en el río Pachitea y su aporte era insignificante en el río Ucayali. Los animales preferidos y más cazados eran paca (agutí), motelo (tortuga terrestre), sajino, monos diversos, huangana y sachavaca. Los pobladores despreciaban al ronsoco por el mal sabor de la carne a la que sospechaban de estar asociada a la lepra, tal como la carachupa, aunque este armadillo si era frecuentemente consumido. Obviamente, esa realidad fue cambiando a medida que las especies preferidas comenzaron a escasear y hoy todos los cazadores matan ronsocos.

Pero esa no era ni es la realidad, por ejemplo, en Venezuela y en parte en Colombia, donde la carne de esta especie (allí llamada chiguire o chiguiro) es bastante apreciada y especialmente consumida en semana santa, como sustituto del bacalao. La enorme biomasa de capibaras tanto en los Llanos como en el Pantanal han incentivado la realización, desde los años 1960, de muchos estudios detallados (hay más de un centenar de publicaciones al respecto) y planes de manejo comercial que revelan que esa especie puede competir ventajosamente con el ganado vacuno en las mismas condiciones. En el Perú también se han realizado trabajos tendientes al manejo de esa especie. Lamentablemente esos planes, si aplicados, no tuvieron la continuidad necesaria.

Obviamente, los ganaderos y los agricultores detestan las capibaras, que invaden sus campos, compiten con el ganado por alimento y devoran parte de las cosechas. Cuando pueden, las eliminan o las excluyen. Pero hacerlo es cada día más difícil por la legislación de protección a la fauna silvestre. Sin embargo, pese a que puede haberse tornado rara en algunas localidades, prolifera en otros y de hecho, la capibara no es un animal amenazado, no figura en las listas rojas internacionales o nacionales.

Por lo dicho, nada parece justificar la pasión actual por este animal. No obstante, esta es un hecho en todas las clases sociales urbanas. Puede ser, simplemente, el fruto de una publicidad exitosa y oportunista, basada en el carácter “simpaticón”, “gorducho”, “buena gente”, “pacífico” de ese animal. Oportunista pues ha sido lanzada por los protectores de la fauna argentinos debido a su creciente aparición en los entornos urbanos, especialmente en los jardines de los ricos y poderosos en las húmedas proximidades de Buenos Aires. Y, claro, gran parte de esas propiedades han invadido los humedales donde vivían las capibaras, allá conocidas como carpinchos. Como era de esperarse esos propietarios, fastidiados por la presencia de esos animales en sus jardines y por la copiosa distribución de garrapatas, pretendieron eliminarlas, generando una violenta reacción de los protectores de animales. Aparentemente, ese fue el origen de la publicidad ahora transformada en pasión internacional. Una publicidad mentirosa o, por lo menos, equivocada, pues la capibara no está en peligro de extinción y, tampoco es un símbolo adecuado para tratar de la conservación de la Amazonía o de la naturaleza suramericana, como frecuentemente se pretende. Sin embargo, hasta existe un día internacional de la capibara que se celebra cada 14 de septiembre. Por otra parte, la capibara es una especie notoriamente exitosa que sobrevive muy bien. Eso es lo contrario de lo que sucede con tantas otras especies de la fauna y la flora, como la caoba y el shihuahuaco o la pava aliblanca y el mono choro cola amarilla.

El caso de los carpinchos desplazados de los alrededores húmedos de Buenos Aires no es el mismo que el de los que han invadido gran numero de ciudades brasileñas, inclusive su capital, Brasilia. Las capivaras, como se les conoce en el Brasil, no eran habitantes previos del espacio ocupado por esta ciudad por el simple hecho de que no existían humedales. Sólo había algunos ríos poco apropiados para esos animales. Los millares de capivaras que están en los jardines y parques de Brasilia y especialmente alrededor del Lago Paranoá, que es artificial son, típicamente, invasores. Es decir que han proliferado aprovechando la creación de hábitats apropiados para ellos como es el lago y los jardines y parques que lo rodean. Este proceso se ha reproducido en muchas ciudades brasileñas. Es decir que la convivencia entre capibaras y humanos, sin dejar de ser, en última instancia, responsabilidad de estos últimos, no es siempre consecuencia de la invasión de sus hábitats. A veces son las capibaras las que invaden espacios humanos.

La relación de humanos y capibaras en las ciudades no es pacífica. En Brasilia, Campo Grande o Uberlandia pero también en ciudades antiguas como San Pablo y Curitiba se multiplican los problemas. El principal, sin duda, es la proliferación de garrapatas, en especial el llamado estrella (Amblyomma cajennense) que es un trasmisor activo de la fiebre maculosa, que es muy peligrosa. Los garrapatos se trasladan a animales domésticos o directamente a las personas. Las capibaras son animales grandes y sólo son pacíficos hasta cierto punto. Es frecuente que ataquen perros y también se han registrado ataques directos a humanos, inclusive a nadadores dentro del lago Paranoa. Los niños no pueden jugar cerca de grupos de capibaras, lo que los excluye de amplias áreas verdes. Otro problema importante son los atropellos. En efecto, las capibaras son nocturnas, pesadas y es común que se produzcan accidentes. El conductor del vehículo siempre sale perdiendo, pues, al riesgo incurrido y a los daños en el vehículo se suma la persecución legal de la que es víctima en virtud de la nueva legislación que protege a la fauna y que implica hasta penas de cárcel.

Es evidente que la población urbana de capibaras debe ser controlada. Como se ha dicho, en el campo, a los cazadores se suman los predadores, especialmente jaguares y pumas o lagartos y anacondas. Pero nada de eso hay en las ciudades. Por eso, el aumento de la población de esos animales es completamente anormal, no natural. La solución es, pues, reducir su número del modo más “humano” que sea posible. Lamentablemente, la onda sentimental a favor de ellas no facilita hacer un control de esas poblaciones.

Antes de concluir, es preciso hacer un comentario referido a los pseudo nacionalistas que en las redes sociales protestan por el uso del nombre capibara para hablar del ronsoco, como se llama en la Amazonía peruana. En primer lugar, parecen olvidar que ese no es un animal endémico (exclusivo) del Perú. Existe hasta en la Guayana Francesa, que es un departamento francés. Capibara es el nombre vulgar internacional, en español, del ronsoco, del mismo modo que anaconda lo es para la yacumama, jaguar para el otorongo, boa para la mantona, pecarí para el sajino y así sucesivamente. El ronsoco tiene más de 30 nombres diferentes en los varios países en que ocurre y más en cada una de las muchas lenguas de los pueblos originarios. Por eso se usa el nombre capibara, que todos entienden. No hay, pues, nada de errado o de pretencioso en llamarlo capibara.

Finalmente, el autor de esta nota no tiene nada contra el ronsoco. Es una especie que, como todas, tiene un papel importante en el ecosistema y que debe poder vivir y, si cabe la expresión, ser respetada. Si la campaña publicitaria hecha en su nombre tiene éxito, como de hecho ocurre, pues bien, no hace daño. Pero ya que se habla tanto de ese animal y se le usa para educación ambiental es importante no idealizarlo y saber algo más de él. Por ejemplo, tener presente que no es una especie rara o amenazada y que su abundancia donde no debería estar crea problemas serios. Es decir, se debe poner en contexto su rol en los ecosistemas que ocupa, sean naturales o antrópicos y tomar decisiones equilibradas en función de esas realidades. 

NdR: Las opiniones expresadas en el presente artículo son responsabilidad del autor y no reflejan la posición oficial de Pronaturaleza o de alguno de sus integrantes.