Rubro 3
09 . 19 . 2024

Marc Jean Dourojeanni: Profesor emérito de la Universidad Nacional Agraria, La Molina, Lima, Perú.
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Fotografía de portada: André Zumak/IHP

No es que los fuegos forestales sean cosa nueva. Cualquier persona con más de 50 años de edad recuerda Machu Picchu tan perdido en el humo que ni siquiera era posible hacer una fotografía. Pero esa misma realidad ha sido y sigue siendo vivida también en los aeropuertos de Pucallpa, Puerto Maldonado y Tarapoto, por mencionar unos pocos. Lo que es nuevo es que, ahora, los fuegos no son únicamente el resultado de la quema de los residuos de la deforestación o de la cosecha. En proporción cada vez mayor, son verdaderos incendios del bosque, especialmente en los más secos como los del Amazonas. Y frente a esa realidad, cada día más violenta, hay un Estado incapaz de tomar las decisiones necesarias, entre tantas otras, la de crear un cuerpo nacional de bomberos forestales.

Los verdaderos incendios forestales, como se ha mencionado, no son cosa nueva en el Perú. El Santuario Histórico de Machu Picchu, por ejemplo, perdió más de 3 mil hectáreas de su vegetación en 1989 y ese tipo de incidentes ha ocurrido muchas veces en los bosques secos de Lambayeque, Piura y Tumbes, pasando, en general, desapercibidos por la prensa. Pero recientemente se han hecho comunes las noticias sobre incendios en plantaciones forestales de la Sierra, especialmente de eucalipto. En el año 2005 se constataron, por primera vez en el Perú, incendios en el bosque natural húmedo de Madre de Dios, debido a un año excepcionalmente seco.  Esos eventos han aumentado en número y en dimensión, año tras año. Así, en el 2015 destacaron los incendios en Junín, donde se registraron casi 4 mil focos de fuego. En el 2016 se estimó la pérdida de más de 20 mil hectáreas de la selva de ese departamento. Hoy en día, los verdaderos incendios forestales son frecuentes y cada día de mayor magnitud, como los que están asolando el departamento de Amazonas. Y, claro, cada día hay más muertes ocasionadas directamente por esos incendios y muchas otras, indirectamente, por sus impactos en la salud en especial de niños y ancianos. 

Hay que recordar que el problema no es solo peruano. Hasta cierto punto, hasta el presente, el Perú parece haber sido menos afectado que otros países como, en especial, Brasil donde el Pantanal y el Cerrado, y parte de la Amazonía, se están quemando desde hace varias semanas. Pero, asimismo, precisamente en estos días (agosto a septiembre), se han registrado más de 40 mil focos de calor en todo el Perú… esto no es poco.  Claro que la situación es peor en países con alta densidad de población, como Portugal, donde el número de fallecidos este mes (octubre) ya es grande. La incidencia de los incendios forestales es recurrente y gravísima en los bosques de California (EE UU), Canadá, Australia, Grecia, España y, aunque menos conocidos, en los de Rusia. En verdad, ningún país ha escapado de este flagelo, ni siquiera Chile cuyas extensas plantaciones han sufrido mucho. La diferencia entre lo que ocurre en el Perú y los países mencionados es que, en éstos, el problema de los incendios forestales se toma en serio. 

Fotografía: Estadão

Como se ha repetido hasta la saciedad, el problema de los incendios forestales va a agravarse pues: (i) el cambio climático implica un aumento de la temperatura, cambios en los vientos, alteración del ciclo hidrológico y alteración de los fenómenos El Niño y La Nina y, por tanto, los episodios de sequías extremas aumentarán y; (ii) cada día hay más gente dentro o cerca del bosque, más deforestación y degradación de los bosques y los fuegos accidentales o los provocados serán más frecuentes. Por otra parte, no existe la opción de dejar que los bosques que aún quedan se quemen. Esa actitud solo aceleraría y agravaría el cambio climático y la crisis que la humanidad en su conjunto, y los pueblos directamente afectados, ya enfrentan, debido a las emisiones de carbono y de otros gases de efecto invernadero, sin olvidar la pérdida de la biodiversidad, entre muchos otros males. Queramos o no, hay que defender los bosques.

Aunque hablar de bomberos forestales es abordar, en especial, el momento de la crisis, y no tanto su evitamiento mediante medidas previas, ellos son indispensables. En otros países, existen cuerpos de bomberos profesionales, con especialidad en el combate de incendios en bosques y en la naturaleza, dotados de una estructura y autonomía administrativa adecuada, en general, cuerpos militarizados con oficiales y soldados bien pagados y entrenados, con perspectivas de crecimiento profesional, dotados de equipamientos de última generación incluyendo aviones y helicópteros, además de flotas de vehículos todoterreno y equipo personal. Los guardaparques y guardabosques pueden, y deben, coadyuvar en la lucha contra los incendios forestales, especialmente en las áreas naturales protegidas. Por estar en el mismo lugar, ellos son, en general, la primera línea de alerta y defensa. Pero no son ellos, menos aún los bomberos voluntarios, casi todos entrenados para emergencias urbanas, los llamados a combatir los grandes incendios forestales. Eso requiere de un verdadero cuerpo de bomberos profesionales, cuyos oficiales deben tener grados académicos o especialización en el tema.

Obviamente no es suficiente disponer de verdaderos bomberos forestales. Tanto los bosques de producción permanente y las plantaciones forestales como las áreas naturales protegidas y las comunidades nativas deben tener, cada una de ellas, un plan de prevención, manejo y control del fuego, debidamente coordinado a nivel local, regional y nacional. Pero no basta el plan. Este debe ser aplicado, construyendo y manteniendo, por ejemplo, las líneas cortafuego y otras opciones bien conocidas y, claro, desarrollando ejercicios para poder enfrentar eficazmente la emergencia cuando el incendio ocurra.

Por otra parte, en nuestra región posiblemente más del 90% de los incendios forestales son iniciados por acción humana, unos por accidente, otros por descuidos inaceptables, pero en su inmensa mayoría son provocados adrede, con clara intención criminal. La persecución, juzgamiento público y prisión de esos delincuentes es fundamental para servir de ejemplo y desincentivar el mal uso del fuego. Es una medida preventiva, además de la educación y capacitación de la población rural. 

Esas y otras medidas requieren una acción coordinada de los poderes del Estado, en especial del Ejecutivo. El ejemplo lo acaba de dar el presidente del Brasil que no solo ha visitado los lugares con problemas, sino que ha mantenido una reunión de un día de duración con todos los ministros, los presidentes del Supremo Tribunal de Justicia, del Senado y de la Cámara de Diputados, además de los jefes de las Fuerzas Armadas. Todos escucharon las opiniones de los especialistas y resolvieron fortalecer la declaración de emergencia nacional, dar dispositivos legales especiales para aliviar la situación y disponer la participación activa y ordenada de todos los sectores, así como el otorgamiento de un crédito millonario adicional para el combate y la prevención del fuego. Eso ocurre en un país que ya tiene varios miles de bomberos forestales debidamente financiados, equipados y entrenados además del apoyo de  muchos otros combatientes del fuego también entrenados a los que llaman “brigadistas”, estratégicamente ubicados en todas las localidades sujetas a incendios que, además, reciben un pago por sus labores. Eso es tomar en serio el problema.

En diciembre de 2016 este autor publicó el extenso artículo “Incendios forestales y los bomberos que necesita el Perú” (http://www.actualidadambiental.pe/?p=42120) con sugerencias precisas de alternativas para que el gobierno desarrolle una verdadera política de evitamiento, mitigación y control de incendios forestales. Aunque algunos aspectos puedan ser hoy diferentes, la esencia de las propuestas sigue siendo válida. Lo importante es que el Gobierno del Perú se sacuda la indolencia y pase a la acción. Un primer paso positivo, aunque insuficiente por cierto, es la declaración de estado de emergencia en Amazonas, San Martín y Ucayali. Lo importante es lo que esa emergencia va a significar en términos concretos y, en especial, lo que el Estado, como un todo, va a hacer con relación al futuro, en el que el financiamiento para la prevención y la preparación juegan un rol fundamental.

NdR: Las opiniones expresadas en el presente artículo son responsabilidad del autor y no reflejan la posición oficial de Pronaturaleza o de alguno de sus integrantes.