Revisitar el departamento de San Martin es una experiencia penosa para quien conoció la región hasta 30 años antes. La destrucción del paisaje original es casi total. Pocas cosas se conservaron, entre ellas el Bosque de Protección Alto Mayo y el Parque Nacional Abiseo y algunas otras iniciativas. En 2016 solo quedaba el 7,1% de los bosques de la provincia de Moyobamba. Poca cosa, pero muy valioso, como en el caso de Tingana, una pequeña área protegida celosamente por sus habitantes. Ellos cuidan un denso bosque de renacos en el que se concentra una inusual concentración de monos.
Enormes extensiones de laderas deforestadas que no producen dominan el paisaje de gran parte de San Martín. Pero la deforestación continúa.
Es verdad que la provincia de Moyobamba ha sido ocupada y explotada desde hace siglos. Su capital, con el mismo nombre, data de 1540 y fue la primera fundada por los españoles en la Selva del Perú. Y, por su importancia, fue inclusive considerada la capital de Loreto. Pero, hasta unas pocas décadas atrás su paisaje, así como el que se observa en el trayecto entre Tarapoto y Juanjuí aún estaba dominado por bosques. No más. Estos han sido sustituidos principalmente por vegetación secundaria y pastizales en mal estado en las laderas y por arrozales inmensos, entre otros cultivos, en las partes bajas. Lo poco de bosques que aún se observa están evidentemente degradados, es decir desprovistos de sus árboles más valiosos y de cualquier animal codiciado por cazadores. De todo, lo más lamentable es la incesante destrucción de los últimos aguajales mediante drenaje y su conversión a pozas para arroz. En su conjunto, es evidente que la mayor parte de lo devastado no produce nada. O sea, está subutilizado, en descanso, abandonado o degradado. Sin embargo, la deforestación y los fuegos continúan.
Por eso, la experiencia de Tingana es tan valiosa. En 2004 un pequeño grupo de familias ribereñas del rio Mayo, organizados en una asociación (ADECARAM) propusieron y consiguieron la creación de un área de conservación municipal. Luego, funcionarios limeños decidieron prohibir a los municipios disponer de sus propias áreas protegidas, las que restringieron al nivel regional y nacional, desestimulando los vecinos. Pero los tinganeses no desistieron y, con apoyo del gobierno regional, consiguieron una fórmula legal para proteger un poco de lo que quedaba de sus bosques naturales. Esta es la Zona de Conservación y Recuperación de Ecosistema (ZOCRE). Y a partir de eso recibieron una concesión sobre 2 868 hectáreas, que se localiza a 826 metros sobre el nivel de mar, para continuar su programa de conservación y ecoturismo. Esa iniciativa creció durante varios años, con apoyo del gobierno regional y de agencias internacionales, entre ellas Conservación Internacional, y con la incorporación de más familias. Pero se vio gravemente afectada por la pandemia, estando apenas reiniciándose.
El renaco, un higuerón que forma rodales con extraordinaria riqueza biológica y que cautiva por sus formas extrañas.
El atractivo central de sitio es, obviamente, el renacal, es decir un extenso y denso bosque de Ficus, localmente conocido como “huasca renaco” (probablemente F. trigona o, quizá, F. citrifolia). que se extiende a ambos lados del riacho y en toda el área inundable. Los renacos, que agrupan a varias especies, existen en toda América tropical y, por sus frutos comestibles, son bien conocidos por atraer poblaciones considerables de primates y aves y, asimismo, por albergar una rica fauna y flora en sus enormes ramas y raíces. Desarrollan extensas ramas horizontales de las que bajan raíces, asumiendo formas extravagantes de tonos marrones o grises, mientras que las partes que se elevan tienen hojas verdes y el aspecto de cualquier árbol. Existe, siempre, el árbol madre del que lo anterior se origina y eventualmente se desprende e independiza, formando un rodal diferenciado dentro del bosque amazónico. Las formas de la parte inferior de sus troncos y de sus ramas bajas así como del sistema radicular que se desprende de ellas tienen formas extrañamente alargadas y onduladas y estimulan la imaginación. De hecho, los indígenas les atribuyen características sobrenaturales. En su conjunto, esos bosques recuerdan vagamente a los manglares aunque biológicamente son muy distintos.
Los frutos del renaco son codiciados por diversos animales, en especial monos y aves. Las acrobacias de los monos son espectaculares. Se observan fácilmente cuatro especies: Frailes o monos ardilla (Saimiriri sciureus o, quizás, S. macrodon), machines negros (Cebus apella), cotomonos (Alouatta seniculus) y, el tocón de San Martín (Plecturocebus oenanthe). Con excepción de este último no se trata de especies raras o amenazadas, pero verlos allí es fácil. En el recorrido se pueden observar también serpientes, cuatíes, ronsocos, perezosos o pelejos de dos dedos (Choloepus hoffmani) y una nutria. Entre las muchas aves allí registradas destacan el lechuzón de San Martín (Pulsatrix perspicillata) y la tucaneta (Pteroglossus torquatus). Las mariposas azules (Morpho), entre otras, sobrevuelan las canoas durante todo el paseo y las aves compiten con ellos en exhibirse y llamar la atención con trinos y silbidos. Las visitas son complementadas con recorridos por las chacras locales y una degustación de cocina local.
El mono fraile es el más abundante en el renacal de Tingana (rio Mayo, Moyobamba, San Martín).
El número de monos fraile es grande y parece estar aumentando. Esto preocupa a los gestores del área pues temen, lógicamente, que eso provoque una debacle poblacional por falta de alimento o por propagación de alguna enfermedad. La causa de ese crecimiento de la población de monos fraile es, de una parte, que el área efectivamente protegida de Tingana es pequeña y, de otra, que sus predadores naturales son escasos. El lugar está rodeado de agricultores que, poco a poco, avanzan sobre el bosque y que, por cierto, repelen a los monos, en especial a los machines que por allí incursionan, con tiros de escopeta o, peor, envenenándolos. Y de hecho, la población de machines es limitada. En cambio, los monos frailes no suelen salir a los cultivos cercanos y se concentran en el bosque.
Es evidente que gran parte de los renacales de San Martín, como los aguajales, han sido eliminados por drenajes arroceros y que estos, como los monos mencionados, se están convirtiendo en poco comunes en los relictos forestales de la mayor parte de San Martín donde además de faltarles alimento y refugio, son perseguidos. En realidad, la mayor importancia del esfuerzo de los ribereños de Tingana es que al cuidar del renacal y de sus bichos más conspicuos, asimismo preservan miles o hasta decenas de miles de seres vivos, plantas y animales, en su inmensa mayoría pequeños o despreciados, pero muchos de ellos rarísimos y todos biológicamente valiosos. Además, educan.
Si otros campesinos se inspiraran de este ejemplo, San Martín podría ser un lugar mucho mejor de lo que es previsible, dado el comportamiento de la mayoría de sus ocupantes actuales. Estos son, en su mayoría migrantes andinos, para los que el bosque es un enemigo al que deben derrotar y exterminar.