Marc Jean Dourojeanni:
Profesor emérito de la Universidad Nacional Agraria La Molina, Lima, Perú.
Cuando en 1532 los españoles llegaron a lo que hoy es territorio peruano no encontraron un país con naturaleza prístina. Al contrario, la naturaleza peruana de esa época estaba probablemente tan alterada como en la propia península Ibérica. Y eso es lógico considerando la relativamente elevada población del Perú de entonces.
Como bien se sabe, la historia colonial comenzó con una debacle de la población nacional. La Gasca, en el año 1548, ordenó un censo que arrojó más de 8 millones de habitantes en todo el virreinato, que entonces era muy extenso. Pero, en el quinquenio 1570-1575, otro censo colonial efectuado durante la administración del virrey Toledo abarcando un espacio más restringido, arrojó la cifra de poco más de un millón de “indios tributarios”. Esos censos eran, obviamente, muy imprecisos pues solo se contabilizaban aquellos indígenas que servían como mano de obra o eran tributarios. Aun considerando eso, una de las especulaciones sobre la población menciona que, en 1630, un siglo después de la conquista, la población del Perú fue posiblemente de apenas 600 mil habitantes. Es decir que la disminución, según se cree, puedo ser de entre 80 y 90%, a consecuencia de la dispersión de enfermedades, especialmente sarampión y viruela, llegadas de Europa. Eso fue agravado por la hambruna derivada del caos social y el abandono de la agricultura, provocados por los españoles. Esto deprimió la población durante casi un siglo. Hay autores que sugieren que el abandono colonial de la agricultura no se debió a la minería o al desinterés de los españoles por ese tema sino, simplemente, a la falta de mano de obra y que esa fue la causa del desarrollo minero subsecuente.
La población del Perú se mantuvo muy reducida durante todo el periodo colonial. En efecto, se estima que al iniciar la vida independiente (1821) la población del Perú era de apenas 1.250.000 habitantes. El primer censo republicano (1836) solo arrojó 1.873.736 habitantes. Los números demoraron mucho en levantarse y más de 40 años después, en 1878, aún no se habían alcanzado los primeros tres millones de habitantes. Pero en 1940 ya eran 7 millones, número que se duplicó en 1972 y que nuevamente fue duplicado, según el censo de 2017, cuando la población nacional alcanzó más de 31 millones. Es precisamente a partir de 1940 que se multiplicaron los impactos ambientales en el territorio del Perú republicano, especialmente en su parte amazónica.
La lenta recuperación de la población redujo considerablemente, y por casi un siglo, la presión sobre la tierra y sobre los recursos renovables en general. De una parte, no había quien trabajara (muchos eran forzados a servir prioritariamente en la minería) y de otra, la demanda por alimentos era menor. Además, la sofisticada gestión agrícola incaica fue dejada de lado. Eso también originó tanto el abandono de los sistemas de irrigación como el del complejo de andenes, entre otras áreas antes intensamente aprovechadas antes de la conquista.
Como bien se sabe, los españoles se interesaron mucho en explotar las riquezas minerales, especialmente oro y plata, que en asentarse y desarrollar el espacio conquistado. Para extraer los metales preciosos ellos establecieron operaciones en casi todo el país, pero notoriamente en Huancavelica, Castrovirreyna, Cerro de Pasco, Laicacota, Huantajaya y Hualgayoc. No obstante, el territorio actual del Perú fue, durante dos siglos, menos impactado por la minería debido a que esta se concentró en las famosas minas de Potosí, hoy en Bolivia. Esas minas produjeron quizá unas 81 mil Tm de plata. Cualquier actividad minera, tanto en la extracción como en el beneficio, produce contaminación y la de oro y plata no es una excepción.
Claro que la contaminación producida en la época colonial era menos significativa que en la actual tanto por el menor volumen extraído como porque en esa época no se usaban las técnicas que permiten aprovechar minerales diversos de la materia prima, lo que aumenta el riesgo de liberar más sustancias tóxicas. En aquella época escogían materia prima con alta ley, pero a medida que la demanda creció pasaron a usar material cada vez menos rico, generando más desechos que, obviamente, también contaminan. Se estima que los españoles usaron 200 mil toneladas de mercurio en su dominio colonial en las Américas entre 1550 y 1880. Actualmente se usa esa cantidad en menos de tres años sólo en la minería ilegal del Perú. Pero, entonces como ahora, gran parte de los descartes terminaban en los ríos y lagos. La minería tiene otros impactos. Por ejemplo, la minería de socavón requiere de postes y vigas y, la fundición de plata y cobre, requería mucha madera. Por eso se cree probable que la deforestación tuviera un aumento dramático en la proximidad de las zonas mineras. Tanto que el eucalipto, que hoy predomina en los Andes, fue traído al Perú expresamente para atender las necesidades de la minería.
La minería, sin duda, jugó un rol protagónico entre los impactos ambientales de la época colonial, pero disputa el primer lugar con los igualmente muy serios impactos derivados de la introducción de especies ganaderas exóticas, como los bovinos y equinos y, en menor grado, caprinos, ovinos y porcinos. Para criar esos animales, los españoles y, más tarde, los propios comuneros y campesinos usaron las tierras altoandinas, antes dedicadas a camélidos domesticados o aprovechadas por vicuñas y guanacos. Y lo hicieron, como antes, mediante el uso abusivo del fuego tanto para “renovar” como para expandir los pastos. Debido a sus hábitos alimentarios, a su peso y a sus pezuñas, los bovinos y equinos tienen un fuerte impacto sobre el suelo, al que compactan y levantan, en ambos casos provocando erosión. Además, al igual que los ovinos, arrancan el pasto en lugar de cortarlo. En resumen, degradaron severamente las praderas andinas. Andando el tiempo, la apertura de pastos para el ganado europeo combinado con el abuso del fuego ha sido un factor determinante de la deforestación casi total de los Andes, donde aún quedan apenas unas 800 mil hectáreas degradadas y dispersas. Los bosques del noroeste peruano fueron también impactados por la introducción del ganado caprino que, por sus hábitos de ramoneo, consumo de renovales y rusticidad tiene elevada capacidad destructiva de la vegetación natural. La vegetación de lomas comenzó a ser destruida para albergar ganado trashumante.
Fue también durante la colonia que se produjo la introducción de numerosas especies de cultivos exóticos europeos y asiáticos (trigo, caña de azúcar, arroz, olivo, vid, cítricos[1], mango, plátano y otros frutales y hortalizas diversos). Se trata, obviamente, de especies útiles, pero cada una de ellas tuvo impacto sobre otras especies nativas, a las que desplazó, a veces apenas debido al gusto europeo y no por sus ventajas agronómicas o alimenticias sobre otras plantas autóctonas como quinua, oca, olluco y tantas más. Lo mismo ocurrió, por cierto, con el ganado bovino y ovino con relación al camélido. Con los cultivos, también llegaron muchas plagas vegetales y animales, entre ellas la retama (Spartium), que parece haber sido introducida involuntariamente alrededor de 1580 y obviamente, las tres especies dominantes de ratas (Rattus y Mus), así como cucarachas y otras alimañas, todas en el Siglo XVI.
La influencia española en la Selva fue menor que la precedente, pero, como lo muestran las obras de arte coloniales, no dejó de haber intensa explotación de maderas finas, especialmente cedro (Cedrela) y caoba (Swietenia) especialmente de la Selva Alta. El caso de la extracción de corteza del árbol de la cascarilla o quina (Cinchona), popularizado por su uso por la esposa del virrey Conde Chinchón a fines de la década de 1630, es el único caso conocido de explotación forestal abusiva de ese periodo, tanto que llevó la especie a su extinción comercial posiblemente antes de comenzar el siglo XIX, cuando pasó a ser producida en las colonias asiáticas de Holanda e Inglaterra. El cultivo de coca y de otros productos propios de la Selva Alta por habitantes andinos continuó, pero sin gran intensidad. Y, en ese periodo, la Selva Baja tuvo un respiro apenas interrumpido por los buscadores de almas y de oro. El impacto humano sobre la pesca, en especial en el mar, debió ser bastante limitado durante el periodo colonial. Aun así, se registra que las flotas balleneras inglesas incursionaban con frecuencia en el mar del Perú. Y, durante el Siglo XVIII, se hicieron grandes matanzas de lobos marinos.
Es obvio que, en el periodo colonial, como antes y después, hubo iniciativas conservacionistas basadas en la preocupación por el deterioro evidente de ciertos recursos. Tal fue el caso de la caza de los camélidos para los que, en 1577, el rey de España emitió una ordenanza real prohibiendo esa actividad. En 1768, el marqués de Rocafuerte, basado en Yucay, tuvo que dar explicaciones al virrey Amat sobre su prohibición de matar camélidos, lo que en cierta forma era contradictorio ya que los nativos pagaban tributos con lana, piel y carne de esos mismos animales. También es conocido que se crearon reglas restrictivas a la producción de carbón alrededor de varias ciudades, con castigos severos para los violadores de la norma. Asimismo, el virrey Toledo dio instrucciones para preservar los bosquetes de queñoa (Polylepis), aparentemente más por su valor protector del suelo y agua que por su madera. Pero no hay muchas otras evidencias de cuidado ambiental.
En conclusión, aunque debido a la reducción drástica de la población, los impactos ambientales totales debieron ser menores en el periodo colonial que en el prehispánico, al momento de la independencia el territorio del Perú acumulaba los impactos ambientales de ambos periodos y era, sin duda, un país extremadamente antropizado en Costa y Sierra, pero aún muy poco en la Selva, donde los impactos prehispánicos habían sido aliviados o escondidos por la recuperación de la vegetación.