Rubro 3
03 . 27 . 2023

Marc Dourojeanni: Profesor emérito de la Universidad Nacional Agraria de La Molina, Lima, Perú.

En esta nota se resumen las respuestas a dos preguntas muy frecuentes sobre el futuro de la Selva o Amazonia peruana y su dependencia de la deforestación y de la degradación del bosque.

¿Es verdad que la Amazonia está siendo destruida? La respuesta merece una aclaración inicial. La Amazonía no está, literalmente, siendo destruida. Allí está y estará. Lo que está siendo destruido, y eso es una verdad indiscutible, es el bioma amazónico, es decir los bosques, la flora y la fauna. Se sabe que a nivel de toda la Amazonia se han eliminado los bosques, por ende, los ecosistemas originales, sobre 18 a 20% de su extensión. Pero, además, se ha degradado probablemente tanto como la mitad de los bosques que aún existen y asimismo la mayor parte de los ecosistemas acuáticos de la región. Ambos procesos implican asimismo una severa pérdida de la diversidad biológica.

 

La deforestación en la Amazonia peruana ya alcanzó, por lo menos, el 15% de su extensión.

En el Perú existe mucha confusión sobre el porcentaje de la Selva que ha sido deforestado pues, como antes señalado, no hay una definición científica consensuada y aceptada legalmente para definir su ámbito. Además, la gente confunde el tamaño de la cuenca amazónica con el del bioma amazónico. El tamaño de la cuenca (unos 96 millones de hectáreas) no cambia, pero el del bioma, es decir la extensión de los ecosistemas amazónicos, se reduce cada año. Es decir que, a lo largo de las décadas, la Selva “se ha achicado” a medida que se talan y queman sus bosques y que se convierten en paisajes serranos. En la década de 1970 se consideraba oficialmente que esa región tenía alrededor de 78 millones de hectáreas. Pero, en la actualidad, los documentos oficiales le asignan 72 millones de hectáreas o menos y, además, se sabe que ahora solamente existen en ella alrededor de 65 millones de hectáreas con bosques. Las cifras confusas se deben, en parte, a la falta de definición legal de lo que es la región Selva y a que ésta se confunde con la extensión de sus bosques que, como dicho, no es fija. Además, la extensión deforestada acumulada depende del año a partir del cual se comienza a sumar las pérdidas anuales y, también, de si se incluye o no en el cálculo las áreas que, después de deforestadas, se han recubierto de bosques o vegetación secundaria. Hay muchas otras variables, como la inclusión o no en el cálculo, de los bosques artificiales o de los bosques muy raleados, como los que se usan en la agroforestería y; por cierto, hay una gran variación de estimados de área dependiendo de las tecnologías de mediciones remotas que se usan y que se perfeccionan año a año. Dicho de otro modo, no existe un consenso sobre el área de la Selva ni sobre el área de los bosques de esta que han sido deforestados y cada quien usa la versión que más le conviene.

Deforestación

anual 2001-2022

Año Área (ha) deforestada
2001 al 2009 1’800,000
2010 136,205
2011 123,563
2012 149,477
2013 150,289
2014 177,571
2015 158,658
2016 164,662
2017 143,425
2018 140,185
2019 147,000
2020 203,272
2021 132,400
2022
TOTAL 3’ 626, 707

Según la versión oficial de 2001, entre 1940, cuando la ocupación amazónica comenzó de modo significativo, y el año 2000, se habrían acumulado alrededor de 7,3 millones de hectáreas deforestadas. Según versiones más pesimistas la deforestación acumulada ha sido mucho mayor.  Pero, a partir de 2001 ya no hay dudas sobre la información de la deforestación anual, gracias a las nuevas tecnologías disponibles, en especial las proporcionadas por el programa Monitoring of the Andean Amazon Project (MAAP)o Proyecto Andino Amazónico de Monitoreo, a través de informes publicados periódicamente desde comienzo de este siglo. Este esfuerzo demostró que se ha deforestado más de 3,6 millones de hectáreas entre 2001 y 2022, con picos de deforestación en los años 2005, 2009, 2014 y, especialmente, en 2020.

En resumen, llevando estos datos a porcentajes y asumiendo que la región Selva o Amazonia peruana tiene 72 millones de hectáreas (versión oficial actual) esa deforestación representa una pérdida de 15% del bioma desde 1940. Pero, si se usan los datos no oficiales el porcentaje de bosque perdido alcanza quizá tanto como 18 a 20%, lo que coincide con los estimados de reducción del área de bosques en toda la Amazonia.

¿Y quién tiene “la culpa” de la deforestación? La palabra culpable no representa adecuadamente a los que ejecutan o hacen la deforestación. Como se verá, los que deforestan, aunque sean físicamente los que la realizan, no son siempre los culpables o, por lo menos, raramente son los únicos culpables.  En orden de importancia en cuanto a tamaño del área deforestada, los que la hacen son: (i) agricultores pobres, en su mayoría migrantes, en procura de tierra, (ii) empresarios individuales o empresas privadas de porte medio, (iii) mineros ilegales, (iv) sectas religiosas, (iv) comunidades campesinas e indígenas, (v) la expansión urbana y, (vi) la explotación petrolera, minera y otras industrias extractivas formales.

Pero el verdadero responsable de la deforestación es, sin duda alguna, el Estado peruano y sus políticas erradas con relación a la Amazonía. En realidad, desde la independencia, el Estado peruano ha sido y continúa siendo el principal promotor de la deforestación, mediante políticas erradas o por la ausencia de ellas. En la práctica, el Estado y sus sucesivos gobiernos han estimulado la deforestación mediante leyes, financiamiento y en especial a través de la construcción de obras que, como las carreteras, exponen el bosque a toda forma de depredación.

El ya citado proyecto MAAP ha analizado recientemente los factores causantes de esa deforestación y ratificó lo que ya era bien conocido. La agricultura, en todas sus formas, es la causa principalísima de la deforestación, siendo responsable por más del 90% de la misma. El resto es provocado por la minería informal e ilegal, la expansión urbana y otros factores. También confirmó que más del 80% de esa deforestación es causada por la pequeña y mediana agricultura, principalmente la primera. Por ejemplo, en 2015 el 82% de la deforestación por agricultura fue realizada en áreas de menos de 5 ha cada una, lo que es típico de la agricultura informal. Ésta, la que más deforesta, incluye la agricultura migratoria practicada por migrantes de la Sierra y por la población tradicional y, en menor proporción, por los que hacen cultivos ilícitos, como la coca. Más del 80% de la deforestación por pequeña y mediana agricultura habría tenido lugar sobre tierras de capacidad de uso mayor forestal o incluso de protección, en las cuales la probabilidad de que las actividades agropecuarias sean sostenibles, considerando la baja tecnología aplicada en ellas, es baja.

La modalidad de extracción forestal conocida como “descremado” es la causa principal de la degradación de los bosques amazónicos.

La agricultura formal, practicada por empresarios y empresas de medio porte, incluye gran parte de la agricultura dedicada a café y cacao, pero también a arroz y frutíferas, así como a la ganadería. Ya la gran agricultura, la de exportación es en general practicada por empresas que cultivan principalmente palma aceitera y cacao. Parte de los agricultores de pequeño y medio porte también se dedican a estos cultivos en asociación con las empresas, a las que venden su producción. Comenzando en 2016, la agricultura en gran escala también viene siendo practicada por menonitas extranjeros. En cambio, otro grupo religioso, los israelitas, se han dedicado mucho a cultivar coca.

Aunque siempre hubo explotación minera informal de oro en la Selva, desde hace dos décadas esta actividad se ha convertido en un frente de deforestación cada vez más importante, que en algunas regiones ya está al nivel de la ocasionada por la agricultura de medio y grande tamaño juntas. Sólo en Madre de Dios esa actividad ilícita ya sumaría la eliminación de unas 90,000 hectáreas de bosques y vegetación ribereños.  Apenas en 2018 y 2019 esa minería arrasó 18,440 hectáreas de bosques en la Selva Sur. Pero hay minería destructiva en toda la Selva, siendo también muy grave en el río Pachitea, en Huánuco y, además, se practica en muchos ríos amazónicos a partir de balsas y otras embarcaciones. Como es bien conocido, esa modalidad de explotación de oro no sólo destruye bosques muy importantes como defensa ribereña y productores de alimentos para los peces, sino que asimismo destruye los ecosistemas acuáticos con sedimentos y contaminaciones diversas.  Y, peor aún, genera un gravísimo envenenamiento del agua y del suelo con mercurio y otros tóxicos que terminan, mediante los nexos tróficos, en los seres humanos de la región.

¿A qué se llama degradación del bosque?  La deforestación se ve de lejos, pues en lugar de bosques naturales hay plantaciones y, en especial en plena época de las quemadas, ella resulta obvia a larga distancia. Pero, lo que muy pocos ven y saben es que, en general, el bosque que parece pletórico de vida, ha sido vaciado de mucho de su riqueza biológica, por lo menos de aquella de mayor valor económico, como sus maderas nobles como palo rosa, caoba y cedro, entre tantas otras, y de sus animales más emblemáticos. La madera fue extraída antes, hasta en dos o tres “pasadas” previas y todos los animales comestibles o productores de pieles y cueros fueron exterminados.

A simple vista el bosque parece estar bien. Pero ya no posee cedro ni caoba ni otros árboles valiosos y toda su fauna asociada. Sus animales silvestres comestibles ya han sido eliminados.

El silencio que impera en muchos de los bosques amazónicos no refleja, apenas, el “descremado” forestal o la ausencia de animales silvestres por caza. También refleja la contaminación que evacua la explotación de hidrocarburos, que no solamente incluye sustancias altamente toxicas que esterilizan los ríos, más también aguas calientes que crean infranqueables barreras térmicas para los peces y otros seres acuáticos.  A eso se suman los derrames de petróleo tanto en los pozos como en los oleoductos. También contamina, por cierto, la minería ilegal, en forma de combustibles derramados y de mercurio y, asimismo, toda la parafernalia química que usan los narcotraficantes para producir la pasta básica de cocaína.

Sin embargo, la causa principal de la degradación de los bosques es la extracción forestal conocida como “descremado”, o sea, la extracción de árboles de maderas de mayor valor económico o de mayor demanda. Las otras especies quedan en pie y, por eso, continúan conformando un bosque. Pero, como consecuencia de ese tipo de extracción, el bosque pierde los mejores ejemplares de cada especie. Eso provoca una reducción de la capacidad y calidad de la regeneración natural, pero, mucho peor, origina impactos colaterales severos a consecuencia de la maquinaria usada que, en procura de los troncos, compactan el suelo, impidiendo la regeneración y destruyendo otros árboles en el proceso. Muchos árboles que no van a ser explotados también son destruidos por descuido durante el derrumbe de los árboles escogidos que, por ser grandes, arrastran muchos otros, así como lianas y otros grupos de plantas. Las vías de extracción maderera, donde hay pendientes, se transforman en vías de agua que generan procesos erosivos violentos. Lo mismo ocurre con los llamados rodaderos, en la Selva Alta, o sea el lanzamiento de trozas, ladera abajo, donde son recogidas por camiones. Se ha demostrado que los bosques explotados por descremado, o sea la totalidad de los bosques amazónicos peruanos explotados, no solamente no se regeneran bien, sino que son propensos a incendios forestales. En base a la información disponible sobre la superficie cedida en contratos o concesiones forestales en los más de 40 años transcurridos desde la Ley Forestal de 1963 hasta el momento y, asimismo, en base al conocimiento de las áreas forestales accesibles por carretera y por ríos, puede estimarse que no menos de 40% y quizá más del 50% de los bosques amazónicos peruanos no eliminados han sido intervenidos y degradados en proporciones que van de significativas a extremas, con comprometimiento serio de su potencial futuro.

Al nivel del Brasil un estudio reciente demostró, sin ser exhaustivo, que 38% de los bosques amazónicos de ese país están severamente degradados. Esto es muy importante porque ahora se sabe que la degradación del bosque también es una causante directa muy significativa de emisiones de carbono a la atmosfera, en proporción apenas inferior a la propia deforestación.

El rol ecológico de cada especie eliminada se pierde y, como en general de eso depende la regeneración de las especies arbóreas, el conjunto del bosque va perdiendo elementos en efectos dominós insospechados.  Recientemente se habló mucho del caso de la eliminación del shihuahuaco sobre extensas áreas de la Selva, quedando patente que su extracciones selectiva tiene graves impactos sobre las especies que dependen de ese árbol para su sobrevivencia, incluido el propio, ya que los insectos y otros animales que lo polinizan también viven en sus copas o dependen de él. Las copas de los árboles de cada especie son un universo de vida en cierta medida único. Es decir que cada árbol derrumbado arrastra centenas y hasta millares de especies de vegetales y animales a su destrucción.

En la Selva es difícil ver animales silvestres y eso puede parecer normal. Pero en lugares donde la caza ha sido evitada durante décadas, como alrededor de la Estación de Cocha Cashu, en el Parque Nacional del Manu, el encuentro de animales salvajes y humanos es constante y muy próximo. Los tigrillos y hasta los jaguares se pasean hasta dentro de la estación y los monos persiguen a los visitantes en las trochas donde también se cruzan huanganas y sachavacas, que no muestran temor. La cocha aledaña está llena de lagartos negros y los lobos de río hacen fiesta a pocos metros del campamento. O sea que lo normal es ver muchos animales. La ausencia de ellos, la selva silenciosa, refleja la caza, inclusive la practicada por los indígenas con armas tradicionales. Los madereros son todos igualmente cazadores tanto para su alimentación, por diversión o para ganar un dinero extra durante sus periodos en el monte.

Finalmente. La Amazonia peruana, obviamente, tiene un futuro. Pero la calidad de éste para la vida que contiene, sus habitantes y la humanidad, depende crucialmente de mantener gran parte de los bosques naturales en buen estado. Por eso, evitar o por lo menos frenar la deforestación y degradación debería ser preocupación mayor del gobierno nacional y de los regionales. La mejor forma de hacerlo es incentivando el uso más intensivo de la tierra ya deforestada, que actualmente se desperdicia en un 70 a 80% y apoyando el incremento de la productividad agropecuaria. Hacerlo es fácil. Basta con que el Estado mejore la calidad de las vías de comunicación ya construidas y brinde asistencia técnica y crediticia a los pequeños productores. Pero en lugar de eso los gobiernos apenas construyen más carreteras nuevas en bosques naturales, aumentando la deforestación y desparramando el problema. Y, para evitar la degradación del bosque es preciso mejorar la calidad del manejo forestal, cuidar mejor de las áreas naturales protegidas y de las tierras indígenas. Pero, otra vez, en lugar de eso, los gobiernos estimulan la explotación forestal y minera informal abriendo más bosques mediante carreteras nuevas y con apoyo velado a los que financian la minería. Es decir que el mayor responsable de la deforestación y de la degradación de la Amazonia peruana es, desde hace décadas, el propio Estado.