Marc Jean Dourojeanni:
Profesor emérito de la Universidad Nacional Agraria, La Molina, Lima, Perú.
Esa es la realidad de las últimas semanas de la Amazonía en el Brasil. Los habitantes no pueden viajar de avión porque los aeropuertos no operan por el humo de los incendios, no pueden embarcarse porque no hay agua para navegar y casi no pueden usar las carreteras porque el fuego crea barreras mortíferas. El humo ha dominado todo el inmenso territorio brasileño, de punta a punta. Y eso es apenas la parte más visible de la inmensa tragedia que los humanos hemos provocado en la Amazonía de ese país, que no difiere mucho de la que también se da en la porción peruana. La ministra Marina Silva, grande y famosa ambientalista, declaró em tono fatalista, que esos extremos nunca antes ocurrieron y que todo indica que serán cada año más graves.
Créditos de fotos: TV Globo
Tanto el río Amazonas (Solimoes) como el río Madeira y el río Purús, los mayores de la Amazonía del Brasil, están literalmente secos. Se atraviesan prácticamente a pie, mientras que inmensas dragas procuran mantener abiertos un canal para la navegación. Los ribereños perforan pozos profundos para conseguir agua para beber, sus viviendas flotantes están encalladas en la arena o en el barro al igual que sus lanchas y canoas, muy lejos del hilo de agua que aún fluye; los jóvenes no pueden ir a las escuelas pues no hay cómo, falta comida y medicina, pues estos elementos esenciales no llegan a las aldeas ribereñas ni a las otras y el fuego calcina sus chacras y se acerca peligrosamente a sus viviendas. En el resto del Brasil, excepto en el extremo sur, la contaminación del aire no ha cesado durante semanas y excede hasta en diez veces la calidad del aire recomendada por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Las enfermedades pulmonares y las muertes se multiplican, especialmente en las grandes ciudades como Belo Horizonte, San Pablo, Curitiba y Brasilia.
Es que no solamente se quema la Amazonía, también están en llamas el Cerrado (Centro Oeste) y el Pantanal, y no afectan solamente a los bosques y praderas sino también a la agricultura que, en esta época, deja los residuos de la cosecha anterior sobre el suelo para protegerlo e incorporar esa materia orgánica para el próximo plantío. Gran parte de la humareda es emitida, asimismo, por la quema de los residuos de la caña de azúcar y de los pastos de la pecuaria extensiva. Ver ganado achicharrado se ha hecho tan común como ver jaguares y lobos de crin con las patas quemadas.
Y eso ocurre en un país que, con Lula como presidente y Marina Silva como ministra del Ambiente, no han escatimado esfuerzos para controlar el uso del fuego y para financiar su combate con numerosos profesionales capacitados y bien equipados. Los aviones, inclusive modernos aparatos a reacción de la Fuerza Aérea del Brasil y grandes helicópteros, apagando fuegos, son visiones diarias en todo el país. Bomberos forestales y voluntarios se concentran, por centenas, encima de los focos detectados por vía satélite, utilizando equipamientos de última generación, como los drones. Pero nada consigue poner coto efectivo a los incendios provocados por incendiarios profesionales enganchados por latifundistas e invasores de la tierra pública o por la demencia de los piromaníacos.
Es que todo lo que ocurre en la Amazonía del Brasil, como en la del Perú, es consecuencia de la inmensidad de la deforestación que ya alcanzó un 20% del bioma, generada tanto por políticas públicas deficientes como por la incompetencia de los gobiernos para aplicar las leyes nacionales, sin mencionar la corrupción galopante. La deforestación y la degradación del bosque natural amazónico, sin brindar riqueza durable, es una de las causas importantes del cambio climático global y, sin duda, es causa directa de las secuencia de estiajes e inundaciones en toda la Amazonía. Si no hay vegetación forestal en las cuencas el agua de las precipitaciones pluviales no es retenida en las montañas. Baja rápido y provoca anegamientos en la estación lluviosa, pero enfrenta la estación seca sin ninguna reserva de agua. Su función de regulación del flujo hídrico queda anulada. Tampoco se acumula carbono en la biomasa ni en el suelo.
Como lo dijo Marina Silva en su entrevista, precisamente el 5 de septiembre, es decir el Día Nacional de la Amazonía, lo que está ocurriendo ahora es en gran parte por acción de personas irresponsables, pero todo indica que, en el futuro cercano, esos fuegos se conviertan en un nuevo normal, con causas naturales. En efecto, los bosques amazónicos, cada vez más secos, son cada día más susceptibles al fuego, como ya es rutina en América del Norte, Rusia, Australia, Europa y hasta en Chile.
Pero en el Perú, que es en gran parte responsable de lo que ocurre en la Amazonía del Brasil, los ministros y los congresistas quieren expandir la explotación de combustibles fósiles dentro de áreas protegidas y tierras indígenas, fomentar la expansión de la deforestación a manos de grupos religiosos como los menonitas, construir carreteras nuevas en los bosques apenas para extraer madera o expandir la ganadería extensiva o facilitar aún más la extracción ilegal de oro aluvial. Y todo eso sin llevar en cuenta que la mayor parte de la tierra ya deforestada no tiene uso ni produce nada porque el mismo Estado, que estimuló eliminar la cobertura forestal, no hace nada para impulsar su uso sostenible. Apenas aprovechando esa tierra abandonada, el país podría duplicar su producción agropecuaria sin destruir una sola hectárea y preservando, así, nuestra calidad de vida y nuestro futuro.
Pero esas soluciones son demasiado fáciles y sensatas para los gobiernos y los gobernantes que, tan tontamente, nosotros elegimos cada cinco años.
NdR: Las opiniones expresadas en el presente artículo son responsabilidad del autor y no reflejan la posición oficial de Pronaturaleza o de alguno de sus integrantes.