Rubro 3
02 . 28 . 2023
Por Marc Dourojeanni, Fundador y vicepresidente de Pronaturaleza.

El extremismo viene dominando la sociedad. El dicho “si no eres mi amigo, eres mi enemigo”, pese a ser una falacia fundamentada en situaciones de guerra, se aplica actualmente a casi todo, especialmente a las opiniones políticas. Lamentablemente, esa tendencia a posicionarse en un extremo o en otro, raramente al centro, también está invadiendo la temática ambiental. Actualmente cualquier tema, por inocente que parezca, genera tanta animadversión y reacciones tan antagónicas que muchos prefieren, simplemente, abstenerse de opinar. La tolerancia, es decir escuchar y tratar de entender es cada día menor. Y eso es una lástima cuando se trata de discutir temas cruciales para el futuro.

El extremismo con relación al ambiente no solo se expresa a través de los que niegan la existencia del cambio climático versus los que creen firmemente que ese proceso es el fin del mundo, sino que se revela en mil otras formas, entre ellas las afirmaciones radicalmente opuestas sobre la extinción de la diversidad biológica que, para unos sería catastrófica para la vida humana mientras que para otros, y no son pocos, no tendría mayores consecuencias para la sociedad altamente tecnológica que ya se está construyendo. Dos  de los temas que más se llevan al extremo en la actualidad son el de los derechos animales, ya equiparado al de los humanos por la legislación adoptada en varios países y el veganismo, o el ejercicio radical del vegetarianismo, excluyendo toda forma de aprovechamiento animal. Estos son asuntos que son casi inabordables pues los que los practican simplemente no aceptan discutirlo. Para ellos sus creencias son dogmas, iguales a los que usan las religiones para evitar, precisamente, discutir.

Expresiones de estos problemas van desde la multiplicación irrestricta y agresiva de mascotas en domicilios y parques urbanos, que es su manifestacion más benigna hasta las protestas contra toda modalidad de caza, la “liberación” de animales de zoológicos, o las pantomimas en las secciones de venta de productos cárnicos en supermercados y frigoríficos, ataques a obras de arte y laboratorios farmacéuticos y tantas más. Lo que es más preocupante es que los que en un grado u otros impulsan esas tendencias están consiguiendo, con notoria eficiencia, incluirlas en las legislaciones nacionales o locales con lo que afectan a todos los demás, sean oponentes y, en especial, a los muchos que se dan cuenta tarde demás de lo que significan.

La crueldad para con los animales es intolerable, debe estar prohibida y ser castigada. No obstante, sacrificar animales no es equivalente a crueldad. Pero ya son varios los países en los que cualquier acto causado por la exasperación provocada por un perro o gato es castigado, por ley, con prisión y se ha llegado inclusive a incluir en los textos legales la agresión verbal y la “presión psicológica” contra animales. Y ya se ha propuesto prohibir el abate de los animales con los que la gente se alimenta. Pero hay leyes que van más allá, otorgando a los animales, especialmente a las mascotas derechos típicamente humanos. La obsesión con los animales, por ejemplo, en el Brasil, imposibilita controlar una serie de plagas como la fauna exótica invasora que asola la agricultura y destruye la biodiversidad nativa inclusive en áreas protegidas, exigiéndose la aplicación de soluciones “humanas”, como su captura y esterilización… como si eso fuera técnica y económicamente viable. Tampoco se puede eliminar perros sueltos sin dueño o ferales, que en las calles que atacan a los ciudadanos… estos deben ser colocados en refugios para ser adoptados, refugios que sin embargo no existen para la legión de familias y niños “sin techo” que también moran en las calles. Es decir que se trata de soluciones legales fuera de la realidad socioeconómica de los países que las adoptan y muy crueles, por el alto costo que significan para el Estado, en países donde un tercio de la población humana vive en la miseria. Las denuncias por reales o supuestos maltratos y abandono de animales se multiplican ocupando a la siempre escasa policía, entupiendo las comisarías y haciendo que la atascada justicia sea más lenta de lo que ya es.

Como se ha demostrado hasta la saciedad el veganismo es contra natura. La especie humana es típicamente omnívora, como casi todos los primates. En la naturaleza hay más especies animales que se alimentan de otros animales que las que se alimentan de plantas… eso es parte de las fundamentales cadenas tróficas. Una dieta exclusivamente vegetal no es suficiente para el desarrollo normal de un ser humano. No hay argumento válido para oponerse al derecho de ser vegetariano o vegano. Pero sí hay para oponerse a que los niños se vean comprometidos por la desnutrición. La fusión del veganismo con el feminismo, dos radicalismos, ha llegado al paroxismo de denunciar a gallos y toros como “machos opresores y violadores” y a declarar que la masculinidad perjudica al clima porque, según afirman, los hombres consumen más carne que las mujeres. Lo que es más preocupante es que esos extremismos no solamente encuentran eco en la legislación, sino que, también, en la economía nacional y global.

En efecto, el hábito moderno de las mascotas mueve miles de millones de dólares y mantiene millones de empleos en todo el mundo, en forma de producción y distribución de alimentos, criaderos y comercio de perros, centros de entrenamiento, hospitales y servicios veterinarios, venta de toda clase de implementos, eventos sociales, concursos, etc. A eso se suma los impactos ambientales de esa industria y del que ocasiona la propia población de mascotas, en términos de gases efecto invernadero, matanza de fauna silvestre, residuos, etc. Cualquier intento de controlar los excesos en este tema, como es limitar el número de animales por familia o cobranza de impuestos, confronta no solo a los fanáticos sino a toda la industria detrás de ella, más o menos como cuando se trata de limitar el porte de armas en los EE. UU. Y lo mismo ocurre, aunque en menor proporción, con otros extremismos como los que promueven la alimentación a base de insectos o el veganismo que impulsa, por ejemplo, la producción de “carne” vegetal o inclusive la de carne sintética producida por impresoras tridimensionales. La imaginación y capacidad humana para aprovechar oportunidades para ganar dinero es inconmensurable.

Todos esos temas deberían poder ser debatidos usando la razón y una dosis mínima de tolerancia por ambos lados. Casi siempre hay una zona intermedia o gris en la que parte de los argumentos opuestos encuentran un pie más o menos común siendo posible, a partir de eso, idear y diseñar un plan de acción aceptable. Al final, nadie es dueño de toda la verdad. Existen argumentos válidos, como los que defienden la presencia de mascotas, es decir animales que no cumplen funciones específicas, para ayudar a sobrellevar la soledad en las sociedades urbanas modernas y a educar la infancia. Sin embargo, en la actualidad la mayor parte de las mascotas y los gastos correspondientes son superfluos pues responden apenas a la moda y a la publicidad en torno de ellas. Es preciso discutir el límite entre los derechos de los que las poseen y de aquellos que sufren las consecuencias de su proliferación.

Con relación a los derechos animales, que ahora en algunos países equivalen al de los ciudadanos es preciso estudiar las consecuencias de su aplicación y, posiblemente, seguir marcando las diferencias inevitables entre las especies. Cuando el veganismo extrapola el comportamiento personal y pretende imponerse sobre el resto de la sociedad, es preciso que esta comience a ponerse más firme pues, sus implicaciones podrían ser enormes. Todo indica que las legislaciones que han sido aprobadas sobre estos asuntos han pasado sin examen profundo de sus implicaciones pues, los legisladores al igual que la ciudadanía, las consideraron marginales, risibles o inofensivas y sin más análisis, las aprobaron. Pero no son inocuas. Se trata de algo muy serio como para dejarlo pasar.

De otra parte, animales domesticados y domésticos* son hechuras humanas, no son parte de la naturaleza. Su existencia, aunque necesaria, es antagónica al equilibrio de los ecosistemas naturales, tanto como lo son el crecimiento de la población humana, la expansión agropecuaria, la minería, el crecimiento urbano o la pesquería. Es decir que los temas comentados son parte del problema ambiental y de los asuntos por resolver para aliviar la presión sobre los recursos naturales. De allí que es absurdo que sean embutidos en las políticas y leyes ambientales con las que no tienen nada en común, excepto en lo que se refiere a cómo limitar sus impactos. Pero, curiosamente, apenas por tratarse de “animales” se les ha incluido en la legislación ambiental de varios países. Esto crea mucha confusión y debe merecer más atención de la ciudadanía y de los preocupados con la temática ambiental.

* Los animales domesticados no son necesariamente domésticos. Estos son los que habiendo sido domesticados viven en el hogar de los humanos, en íntimo contacto.