La reciente desaparición de Pedro Vásquez me dejó sin palabras, desarmado, apenado en extremo, luego de casi 40 años de viajes, proyectos, compartir clases y talleres y de amistad. Lo conocí en setiembre de 1979, cuando era cachimbo y fue mi profesor de prácticas en la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad Nacional Agraria La Molina. Sus clases eran solventes, ilustrativas e inspiradoras (a pesar de su juventud), pues tenía las ideas muy claras, además de poseer un fino sentido de humor, que mantuvo y consolidó con los años.
Cuando culminé la universidad, me recomendó con un par de investigadoras para asistirlas en la Selva Sur y las costas del sur de Ica; ello significó un punto de quiebre en mi formación profesional y personal, pues despertó en mi la pasión por la vida silvestre para siempre. Es decir, Pedro influyó muchísimo en mi carrera y en mi vida personal, lo hizo desde entonces y continuó haciéndolo hasta la actualidad. Estoy seguro de que decenas de personas pueden afirmar lo mismo.
A lo largo de su vida recibió algunos reconocimientos, simples éstos, pero muy significativos:
Pero quizá el homenaje más importante fue al final, por el impresionante número de arreglos florales que llegaron a su velorio y los cientos de mensajes en las redes sociales recordándolo y ponderando su calidad humana y profesional: Estudiantes, colegas, amigos, familiares y otros, se dieron el afán de enviar unas palabras, la mayoría de pesar, pero con sobrada calidez.
Pedro era un convencido y, en ese sentido, apasionado promotor de las bondades de la caza deportiva como medio para conservar la fauna silvestre y sus hábitats. Él fue un líder y referente nacional en este tema y acerca del manejo de fauna silvestre en general, así como de la planificación y gestión de recursos naturales en áreas naturales protegidas.
Fue también un muy reconocido y dedicado profesor universitario, que a lo largo de 45 años se ganó con creces el respeto y admiración de cientos de estudiantes de ingeniería forestal y biología y de posgrado de la UNALM y otras universidades, por su carisma e integridad profesional, ya que en las aulas supo transmitir de manera efectiva toda su experiencia y conocimientos, estimulando permanentemente a quienes lo escuchaban.
Sus grandes pasiones fueron su familia y los bosques secos del Piura, en particular en El Angolo, coto de caza que frecuentó persistentemente a lo largo de más de tres décadas investigando, enseñando y aprendiendo, dejando una impronta imborrable en esos parajes.
Pedro siempre procuró mantener un perfil bajo, pasar desapercibido, evitar los reflectores… pero cuando hablaba, brillaba y no había manera de ser indiferente a su presencia y conocimientos.
En suma, no encuentro palabras para describir a cabalidad a mi amigo de toda la vida (quizá nunca lo consiga), por ahora solo puedo expresar respeto, admiración y un gran agradecimiento. Hasta pronto Pete, entre ceibos, faiques y charanes, descansa en paz…